Somos a veces

Tú, tú que erizas mi piel desde siempre. Mi piel, ésta piel que te recuerda, y mis ojos que te buscan. Eres adrenalina, eres emoción, eres una sorpresa inesperada, un viaje sin rumbo, un laberinto sin salida. Eres donde me … Sigue leyendo

La edad de Cristo dicen…

Él murió a los 33, yo a diferencia, sobreviví a los 32, y aunque no resucité al tercer día, sí lo hice, me tomó más de 300 días sentir que volvía a respirar sin hiperventilar. Llegar a los 33 me … Sigue leyendo

La gotita de sangre

Era un día como cualquier otro en la Escuela Nacional para Diseñadores y Artistas, llegué muy temprano como cada día, llegué corriendo a mi primer clase como todos los días, me quedé dormida en el camión y casi me pasó como muchos otros días, tenía ojeras a medio cachete como la mayoría de los días, y a diferencia de los demás días ese día había desayunado muy ligero.

Salimos de la primer clase a tomar un pequeño descanso, íbamos, como siempre, platicando y riendo de cualquier tontería, de pronto voltée la mirada y me encontré con un camión en el estacionamiento, un camioncito de la Cruz Roja, sí, de esos en lo que la gente sana, altruista y bondadosa regala un poco de su sangre. Me pareció que era un buen momento para hacer uso de mi buen corazón y entregarle algo muy mío al mundo, o bueno a salubridad, así que me paré en la fila, yo muy decidida, con todo y mi miedo a los piquetes, a esos piquetes. Cuando llegó mi turno subí, respondí todas las preguntas de la enfermera, incluso las más íntimas que, ¡a como me caían gordas!, me recosté como me indicaron, cerré mis ojazos y me dije a mi misma: “Órale, aguántate como las machas, no que muy donadora y muy altruista, pues vas, flojita y cooperando. ¡Disimula un poco! ¿Qué va a decir la enfermera? Todo, menos coyona”.

Recuerdo que la cantidad de sangre que sacaron fue en mililitros, aunque para mi fueron como litros, cuando vi el bolsononon me sentí bien master, casi casi como macho que acaba de donar 10 mililitros de esperma y se siente el semental del universo.

Antes de bajar del camión, la enfermera se encargó de darme mi lunch y las respectivas indicaciones: “Mira nena, éste es tu desayuno, necesitas comértelo para recuperar fuerzas, ve a sentarte a algún lugar y descansa, puedes llegar a sentirte mareada, un poco débil y ponerte pálida, no te espantes es normal, pero por eso es muy importante que hoy te alimentes muy bien”.

Medio le dí el avión y salí, la verdad es que no tenía mucha hambre, y no se me antojaba mucho su lunch de hospital, además sólo mi cuerpo y yo decidíamos cuándo y cómo comer, ¡pos ésta! Que me anda dando órdenes.

Fui al patio a reunirme con mis amigos y compañeros, elegí tomar sólo el jugo de naranja, yo tenía sed, no hambre. Era, como siempre el momento para platicar, reirnos de algunos profesores, bullear a escondidas y a sus espaldas a aquellos compañeros que tal parecía habían nacido para ello y que cada día se ponían de pechito. De pronto alguien dijo: “¡Oigan! Hoy es cumpleaños de Mario, y vamos a ir un rato al Kong. Vamos todos ¿no?”

Mario era nuestro maestro, ese del que no nos burlábamos tanto, con el que nos llevábamos bien y que no era tan viejo, tenía unos 30 … mejor dicho, era tan joven. Y el King Kong, era una especie de bar clandestino que estaba cruzando la acera, donde cada viernes, o cada jueves, o miércoles… incluso lunes, se reunía la banda pura buena onda de la Escuela Nacional para Diseñadores y Artistas a beber micheladas, escuchar música alternativa y underground, o ya después de varias micheladas hasta reggaetton se bailaba.

Ese día, amanecí como para no decirle que no a casi nada, no puede negarme a hacer el bien y donar sangre, no podía negarme a festejar el cumple de mi profesor, así que dije: “¡Va! Sí voy, pero sólo un rato y no puedo beber chavos, acabo de donar sangre, sería muy mala idea”.

… y 7 horas más tarde… como 3 micheladas tamaño caguama, 2 bailes en la mesa, 2 besos sexys entre amigas, muchos brindis y poca comida después…

Yo ya estaba un poquito mal, pero muy urgida de llegar a mi casa, le había hablado a mi mamá diciéndole que tenía que quedarme en la biblioteca a hacer un trabajo, pero ya estaba oscureciendo y yo seguía en tierras Xochimilcas.

– ¡Jonatan, vámonos! No manches ya es bien tarde, anda corre, vámonos juntos no me dejes ir sola – le decía mientras lo tomaba de la mano al mismo tiempo que me despedía rápidamente de todos, bueno de los que recordaba, de los que alcanzaba a ver, o de plano de los que podía.

– ¡Ay, pinche Nanny! ya estas peda, ni aguantas nada, sólo te tomaste como 2 o 3 chelas” – me decía como era su costumbre, muy burlonamente.

– Sí, ya sé, pero ay nomás te recuerdo que en la mañana doné sangre – argumenté yo en mi defensa.

Salimos corriendo hacia la avenida para alcanzar el RTP, ese que cobraba sólo 2ºº pesos, de menos yo, ya estaba muy rota, mi mamá nomás me daba para comer y mis pasajes y sólo gracias a que siempre he sido súper adminstrada es que a veces me alcanzaba para «gastos extraordinarios». Entonces nos encontramos a un compañero, de esos poquísimos que tenían auto, y nos ofreció un aventón al metro Escuadrón 201.

Como todos los viernes desde hace mucho tiempo en esta ciudad, había un tráfico del demonio, afortunadamente éste compañero manejaba como el mismísimo, digo, perdón, más bien, ¡que irresponsabilidad! ¡que osado! a Dios gracias que no nos pasó nada.

Para cuando llegamos a Escuadrón 201, ya era completamente de noche, corrimos y Jonatan nunca soltó mi mano, no sé si en el fondo temía perderme o que me le cayera en cualquier momento, subimos al primer micro que nos encontramos, acabábamos de sentarnos y comencé a experimentar una sensación muy fuerte en mi cuerpo, de esas que no avisan, de esas que de pronto llegan, que no puedes ocultar y que en casos como ese tampoco tienes mucho control sobre ellas. Así que sin más grité:

– ¡Jonatan! Me anda de la pipí. No aguanto, por favor llévame al baño ¡A-H-O-R-A!

– ¿En serio? ¿No te aguantas?

Termino de decir eso y al verme la cara supo mi respuesta, el semáforo recién se había puesto en verde, me tomó de la mano nuevamente y le gritó al chofer:

– Siempre no nos vamos,  ¡bajan aquí!

Corrimos por la avenida más cercana, llena de taquerías y changarros de comida, en cada una él decía:

– Hola disculpen, ¿le podrían dar permiso de entrar al baño?

Fueron muchas negativas, yo sentía que en cualquier momento mi vegija explotaría vergonzozamente, y mi cara lo gritaba, en la última atiné a decir:

– ¡Por favor! Les pago lo que sea – obvio mentía, si acaso podría darles 2ºº pesos y ya era mucho. Por fin me dejaron pasar.

Cuando la angustia de mis esfínteres pasó, ya mucho más segura y decidida le dije a Jonatan:

– Oye yo no puedo llegar así a mi casa, llámale a tu amigo José del Mar, y a ver qué hacemos, llévenme a algún lado, yo no puedo llegar así, ¡mi mamá me mata!

José del Mar era el amigo que Jonatan, tiempo atrás me había presentado, no éramos novios, digamos que salíamos, y no era la mejor idea que precisamente él me viera en esas condiciones, pero digamos que en esas condiciones yo no podía tener buenas ideas, me conformaba con aún tener ideas, de las que fueran.

Ellos dos sí tuvieron una gran idea, me llevaron a comer tortas, yo me negaba, porque la verdad es que seguía sin hambre, pero ante la insistencia y el poder de convencimiento de dos machos en mi contra, entendí por mi misma, cedí y me comí la mitad de una torta de pierna y mi refresco favorito, la sangría.

Para cuando llegué a mi casa, podía disimular mucho más, yo digo que ya casi ni se me notaba, pero es que ustedes no conocen a mi mamá, a ella nada se le escapa. Desde que entré ví su cara, no estaba enojada, sino lo que le sigue, me miró y me dijo:

– ¿Soy tu tonta, o qué, que horas son estas de llegar? – poco a poco, con pasos cortos se fue acercando a mi, y yo aún más poco a poco y con mini pasos casi imperceptibles me alejaba de ella. Sabía que su excelente e intachable olfato me traería problemas, y sí de pronto me dijo:

– ¡A ver, ven, ven acá Nanny! sóplame, ¿tomaste? ¡¿acaso tomaste?!

– ¡Ay mamá! O sea, ¡ay mamá! ¿cómo crees? no inventes, si te digo que estuve toda la tarde en la biblioteca haciendo un trabajo, y ahorita pase a cenar algo con Jonatan y José del Mar, ¿si te acuerdas de él?

(Ese era mi As bajo la manga, a ella siempre le había gustado José del Mar para mi novio, decía que además de guapo se veía que era un chavo decente, educado y con buenos principios)

– ¡Ah! estabas con José del Mar…, ah bueno, pero… (el as no duro mucho) ¿eso qué? A ver, ven sóplame, te ves rara ¡Nanny vienes borracha!

– Jajajajaja – comencé a reir muestra de los nervios que me cargaba – No mamá, te digo, eres bien paranoica, ¿cómo crees? ni modo que voy a estar tomando en la escuela, jajaja ay eres bien ocurrente, seguro en la biblioteca al lado de los libros esta el bar.

– No te burles de mí, Nanny, no te pases. Es que hueles a alcohol.

– Ay mamá que no. ¡Mmm, ah ya sé! te digo que fui a comer, y pues me tomé una sangría, igual y a eso huelo, ya ves que huele como así

No sé en qué momento se me ocurrió tal excusa, que igual no sirvió de mucho.

– ¡Nanny no digas tonterías! Tú te ves rara, sí sí, estás borracha.

– ¡Que no, mamá!

– No te creo, a ver, júramelo por mi vida.

Mi madre siempre sabía cómo acorralarme, pero ésta vez yo no caería, no me iba a arriesgar a una catástrofe, así que en mi mente puse “changuitos”, pedí perdón al cielo, me puse firme, la miré a los ojos y dije:

– Sí mamá, te lo juro.

– Mmm, no, es que no te creo.

La ví dudar y quise escapar lo más pronto posible.

– ¡Ya mamá! Estoy cansada, trabaje mucho todo el día, me voy a dormir – yo estaba ya muy metida en mi personaje.

Dí tan sólo un par de pasos y gritó:

– ¡NO! Espera, mira hasta raro caminas, no te creo, a ver si en este momento te llevo a un laboratorio a que te hagan un análisis de sangre. ¿Estás segura que saldrían limpios?

– Sí mamá, segura, puedes llevarme a donde quieras.

– ¿Segura? Siendo así anda vamos.

La situación estaba llegando al límite, pero yo no cedería y, al parecer ella tampoco. Tomó sus llaves, un poco de dinero y salimos a la calle, en ese momento se escapó de mi cualquier rastro de borrachera, ¡las patitas me temblaban!, pero yo seguía firme. Llegamos a la esquina y estaba a punto de parar un taxi, me miró esperando que flaqueara y le diera la razón, mientras yo, con gran taquicardia en el corazón y evitando que se notara mi pesar le dije:

– ¡Anda vamos!

Se limitó a mover la cabeza en señal de su gran desagrado, me tomó del brazo y entre dientes indicó:

– ¡Ya! Vámonos a la casa, no puedo creer de lo que eres capaz. Obviamente sabes que no hay laboratorios a esta hora.

Me guardé en lo más profundo el suspiro de alivio.

Al dormir, dejé todas mis cosas en la mesita de noche al lado de mi cama, entre ellas un prendedor en forma de gotita de sangre que me habían regalado cuando doné sangre.

A la mañana siguiente desperté un poco cruda y un poco más temerosa, salí en silencio de mi habitación y mi mamá quien ya estaba despierta y haciendo labores me miró, yo me quedé esperando a ver cómo había amanecido de humor, así que no dije nada, ella me veía pero de una forma diferente a como lo había hecho la noche anterior, ya no había coraje en sus ojos.

– Oye, ¿porqué no me habías dicho que ayer donaste sangre? Encontré en tu cuarto ésta gotita. Seguro fue por eso que te veías tan mal, toda pálida y mareada, seguro ni comiste bien hija. Me hubieras dicho, no que yo regañándote y reclamándote. Lo siento, perdón, pero yo no sabía.

Un poco avergonzada y con remordimiento, pero muy ecuánime le dije:

– Ya ma’, no te preocupes. No pasa nada.